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UN PRESIDENTE SIMPLE EN TIEMPOS COMPLEJOS

/ Redaccion TInformativo / ,

Plaza Cívica
Las malas decisiones del presidente han estado acompañadas de la esperanza de cambio en muchos. A casi año y medio de gobierno y con el país en dirección al barranco, la esperanza parece morir. Y para entender el por qué de lo anterior, un parte de la respuesta se encuentra inevitablemente en la personalidad de Andrés Manuel López Obrador.

Terquedad y falta de flexibilidad. John Lewis Gaddis, el gran historiador norteamericano, comenta en su libro “On Grand Strategy” que a lo largo de la historia los líderes más exitosos han sido aquellos de mentalidad flexible, capaces de aprovechar eventos fuera de su control en vez de intentar encajarlos en esquemas preconcebidos. Pero AMLO ya tiene sus esquemas rígidamente preconcebidos: “me pueden tachar de terco, pero no de incongruente” dijo en 2012. En repetidas ocasiones ha presumido su terquedad, como si fuese una virtud. Y vale aclarar que quien cambia de opinión ante nueva evidencia no resulta incongruente. Pero él es terco, inflexible, con ideas inamovibles.

Rehuir escuchar y evadir el consejo. El presidente tiene la potestad de tomar la última decisión. Sin embargo, ante una realidad sumamente compleja resultan prudentes y necesarias las discusiones con asesores, el enriquecimiento con diversos puntos de vista. Pero José Agustín Ortíz Pinchetti, personaje cercano a AMLO, comentó en entrevista con Proceso: “Sí, confío en su instinto político. Prácticamente nunca lo vi, antes de tomar una decisión, solicitar consejo o acuerdo de sus colaboradores”.
Inevitable equivocarse repetidamente, y en grande, si uno no solicita consejo. Y por ello los secretarios de estado están, vaya, de floreros.

La idiosincracia revolucionaria. La idiosincracia de AMLO se puede desilvanar al gran intelectual ilustrado de izquierda, Thomas Paine. Para Paine resultaba imposible reparar los regímenes corruptos, por lo que debían ser reemplazados en su totalidad; no podía haber una sola buena ley porque habían emanado de tal régimen, ante lo cual se requerían medidas extremas (por ejemplo, escribir una nueva Constitución); y la oposición política estaba fundamentalmente corrompida, por lo que carecía de
legitimidad. Y ese es AMLO: por ello la “Cuarta Transformación”, su constante discurso contra la corrupción, su manía por destruir lo bien construido en el pasado, sus palabras fulminantes contra la oposición.

La religiosidad pública. Los valores religiosos son predominantemente para la esfera privada, y lo que se han denominado valores públicos deben predominar en el mundo político. Pero AMLO insiste en aplicar el amor al prójimo a los criminales, en observar una realidad sumamente grisácea en términos simplistas de buenos y malos, en quitarle toda legitimidad a sus rivales políticos. Como escribiría en su ensayo “Kissinger, Metternich y el realismo” el gran intelectual estadounidense Robert D. Kaplan: “Los nazis, los jacobinos, los ayatolás y los otros que han hecho revoluciones se han visto a sí mismos como justos. Kissinger sugirió que nada es más peligroso que las personas convencidas de su superioridad moral, ya que niegan a sus oponentes políticos ese mismo atributo. La tiranía, una forma de desorden que se hace pasar por orden, es el resultado.” Y ahí la raíz de la polarización política azuzada desde el más alto círculo de poder del país.

La alergia a la técnica. En un mundo que ha alcanzado altísimos niveles de
conocimiento, la especialización resulta más necesaria que nunca. En un país tan grande y complejo como México, una burocracia técnica resulta imprescindible. Pero AMLO ya dijo que los nuevos cuadros serán “90% honestidad, 10% experiencia”, comentó que ”no crean que tiene mucha ciencia el gobernar”, expulsó al 30% de los miembros del Servicios Profesional de Carrera (SPC), incrementó el outsourcing en el servicio público, disminuyó el presupuesto en ciencia y tecnología, y subió al estrado público a los religiosos.

A lo anterior todavía podríamos agregar el gusto del presidente por un pasado utópico inexistente y su parroquialismo ante las mejores experiencias internacionales, al menos. Un presidente que ha acumulado mucho poder, que enfrentará una pandemia histórica, que encarará lo que parece ser una crisis económica no vista desde la Revolución. Y pronto veremos los resultados de una personalidad muy simple que comanda en tiempos altamente complejos.

Fernando Núñez de la Garza Evia
www.plaza-civica.com @FernandoNGE

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