Skip to main content

LA SALADA

/ Redaccion TInformativo /

La Salada fue una enorme laguna que se secó

hace muchos años; hoy es como un desierto de arena que brilla con el sol. La carretera de La Rumorosa pasa a uno de sus costados y su vista es impresionante. Desde lo más alto se le ve como una enorme mancha blanca que se pierde en el horizonte. Así la divisaba el señor Vicente Martorel todos los días al bajar por la carretera en su viejo camión de pasajeros; le gustaba mucho porque se acordaba cuando todavía tenía agua.

Una tarde hacía su recorrido acostumbrado pero no llevaba pasajeros; bajaba tranquilamente aquellos cerros silbando una alegre canción. De pronto, unos pájaros chillones, negros como la noche, salieron de la arena de La Salada y empezaron a seguirlo. No les hubiera dado importancia, de no ser porque salían más, tan rápido que se convirtieron en una nube negra de chillones.

—¿Qué es esto? —pensó asustado— nunca había visto tanto animal junto.

Los pájaros se lanzaron sobre el camión dándole alazos y picotazos, por lo que Vicente se detuvo en una curva.

—¡No lo puedo creer! —dijo en voz alta—. Salen del fondo de La Salada.

Los pájaros dejaron de volar y se pararon alrededor del camión hasta volver aquello una laguna de plumas negras; de La Salada no quedaba un pedacito blanco. Ni el señor ni los pájaros chillones se movían. Pasaron los minutos y Vicente sólo atinó a tocar el claxon, pero las aves ni se movieron. Esto le dio mucho miedo pues pensó que no era natural. De repente un clarín militar lo sacó de sus pensamientos. Miró a lo lejos sobre los pájaros y descubrió una enorme nube de polvo. El sonido del clarín se acercaba, así como una manada de caballos a todo galope; se oían gritos de hombres como si un ejército cruzara La Salada. Los pájaros empezaron a volar en todas direcciones, revoloteando y chillando hasta ensordecer a Vicente, que cayó de rodillas al pie de su camión, muerto de susto sin entender nada. Pasados unos minutos no quedaban ni pájaros ni ejército ni polvo, como si todo aquello hubiera sido un mal sueño.

Trató de reponerse de la impresión y, ya calmado, se sentó frente al volante y encendió el motor para seguir su camino, mas de repente sus ojos se encontraron con algo desconocido: un animal con alas enormes se precipitaba sobre el camión.

Al día siguiente, unos hombres que pasaron por ahí lo encontraron con los ojos bien abiertos, mirando no se sabe qué; tenía las manos aferradas al volante y el cuerpo frío, cubierto de sal.

Dicen que en La Salada suceden cosas extrañas, ¿quién lo puede asegurar?

Publicidad


TECATE EL CLIMA