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Etiqueta: OPINIÓN

SI SE CONCRETAN LAS REFORMAS, LAS MARCHAS SERÁN SOLO UN OPERATIVO

El presidente de la República ha propuesto un proyecto político claro cuyo fin es la destrucción del régimen democrático mexicano. Ante ello, el domingo pasado cientos de miles de ciudadanos se reunieron en las plazas públicas del país para demostrar su músculo político y oponerse a las reformas lopezobradoristas. Si creemos que las marchas feministas y otras manifestaciones sociales le han causado inestabilidad política al país, estas serán una nada de concretarse las reformas políticas propuestas.

En 1968 se publicó un libro considerado a estas alturas un clásico: “El Orden Político en las Sociedades en Cambio”, del fallecido politólogo de la Universidad de Harvard, Samuel P. Huntington. El libro fue una refutación a la teoría de la modernización, la cual establecía que, conforme las sociedades se modernizan económica y socialmente, las instituciones políticas también lo hacen, adoptando finalmente la democracia-liberal. Huntington lo rechaza, argumentando que la modernización económico/social y el desarrollo político, aunque relacionados, no son lo mismo. Las sociedades en proceso de desarrollo económico/social tienden a la inestabilidad política, nos dice, ya que las instituciones no se desarrollan a la misma velocidad. En muchas ocasiones, inclusive, hay decadencia política.

Lo anterior sucedió en una medida importante en el México de la segunda mitad del siglo veinte. Conforme el país se modernizó económica y socialmente, se exigió mayor apertura política: las manifestaciones sindicales de los cincuentas, el movimiento estudiantil de los sesentas, la Guerra Sucia de los setentas y la rebelión empresarial de los ochentas apuntan en ese sentido. El régimen autoritario priista tenía dos opciones: cerrarse y reprimir, o abrirse y modernizarse políticamente. Sucedió lo segundo con reformas que permitieron la existencia del Instituto Federal Electoral (IFE), la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) y la independencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), por solo mencionar algunos ejemplos.

He ahí la teoría de la modernización: se modernizó México económica y socialmente, y se modernizaron las instituciones políticas. Sin embargo, entra en escena la teoría de Huntington.

¿El país realmente alcanzo a desarrollar las instituciones políticas para satisfacer las aspiraciones de su población? Mucho indica que no. Lorenzo Córdova, en su discurso pronunciado en el Zócalo, lo resumió así: existen muchos lastres en materia de inseguridad, corrupción, pobreza y desigualdad, aunque también hemos construido las instituciones políticas que permiten que haya democracia en el país. Y, ¿qué pasa
cuando no hay instituciones que combatan de manera efectiva los primeros problemas, que son considerables? Se vota por un populista.

Hay inestabilidad política. Y, tal vez, decadencia política.

Las instituciones políticas no se modernizaron para darle cauce al movimiento feminista y, entonces, tomaron las calles. ¿Qué pasaría si las reformas de regresión política de López Obrador se llegan a concretar? La marcha del domingo pasado será solo el aperitivo de la inestabilidad política, económica y social por venir. No hay pausa: o hay modernización político-institucional, o hay decadencia política.

[email protected] @FernandoNGE

LA BOMBA DE TIEMPO

La promesa de este sexenio eran los pobres. Sin embargo, aunque ha habido políticas que han favorecido a los más necesitados, el presidente fue incapaz de sentar las base de una política social de largo plazo en el país. Lo que sí hubo fueron parches y decisiones cortoplacistas con tintes electorales, heredándole así una bomba económica al siguiente gobierno que será difícil de desactivar.

México tiene un problema de gasto público social, porque invertimos poco en la gente. Gasto público social es el dinero destinado a pensiones, salud, educación y programas enfocados en los grupos más vulnerables, principalmente. Durante el actual sexenio el gasto en este rubro aumentó, aunque en gran medida por las pensiones, tanto contributivas (jubilados) como no contributivas (Pensión para Adultos Mayores).

Sin embargo, las pensiones han causado desinversión en otros rubros sociales, como la salud, evidente en la falta de medicinas y los 30 millones de mexicanos que perdieron acceso. Si Francia gasta el 31.6% de su PIB en gasto público social, México se encuentra hasta el final de la lista entre los países que integran la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE): solo 7.4%. Inclusive Colombia gasta
más, con 15.2%.

Si somos el país que menos recursos destina a gasto social en la OCDE, de esperarse que seamos el que menos recaude, y así es: los ingresos tributarios fueron 16.9% del PIB, mientras que el promedio de los países que integran la organización recauda el 34%. Francia es el país que más dinero destina a gasto social porque también es el que más recauda: 46.1% de su PIB. Inclusive Colombia recauda el 19.2%. El gobierno de López Obrador le apostó, muy ingenuamente, a aumentar la recaudación fiscal a través del cobro de créditos fiscales y del combate a la facturación ilegal: sin embargo, los créditos fiscales jamás cubrirían tantos puntos del PIB, y el enfrentamiento a las factureras ha fracasado, al haber aumentado estas en un 63% solo durante este sexenio.

Si aumentas el gasto social, pero no la recaudación, entonces lo único que queda es contratar más deuda. Y eso ha sido justo lo que ha sucedido, al haber pasado de 44.9% del PIB en 2018 a 49.4% durante 2022. Más aún, la deuda promete aumentar mucho más durante 2023, con un déficit de 5.4%, monto contratado no visto en alrededor de tres décadas. No resulta raro, entonces, que el rendimiento de los bonos soberanos del gobierno a diez años –bonos que reflejan la salud de la economía– se hayan incrementado, rendimientos que también han presionado las finanzas públicas al tener que dedicar más presupuesto al servicio de la deuda.

Poco gasto social, poca recaudación, y creciente deuda: esas son las condiciones económicas y sociales en las que deja su gobierno el presidente de la República. No se han sentado las bases para combatir la pobreza y la desigualdad a largo plazo en el país. Y el siguiente gobierno necesariamente heredará un México más frágil.

Por:
Fernando Núñez de la Garza Evia
[email protected] @FernandoNGE

ACAPULCO Y EL POPULISTA

“Sin artes; sin letras; ninguna sociedad; y lo que es peor de todo, el miedo continuo y el peligro de muerte violenta; y la vida del hombre, solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta”. Así expresó el gran filósofo político del siglo diecisiete, Thomas Hobbes, la vida del hombre fuera de la sociedad y sin el amparo de un gobierno. Eso es precisamente lo que está sucediendo en Acapulco, en un claro regreso a la vida primitiva, en gran parte ocasionada por la extrema negligencia del gobierno de la República y la excesiva soberbia del presidente que lo encabeza.

La administración del presidente López Obrador ha llevado a una considerable centralización de la vida pública nacional. Sucede con todos los liderazgos populistas, quienes centralizan porque desconfían profundamente de otras fuentes de autoridad.

Sus consecuencias en una catástrofe como Acapulco, donde delegar resulta indispensable, son devastadoras: después de 48 horas de transcurrida la hecatombe, solo se habían repartido 7 mil 500 despensas y 7 mil litros de agua a una población de 1 millón de habitantes. A diferencia de otras catástrofes, donde hay esfuerzos conjuntos entre gobierno federal, estatal, local y sociedad civil, aquí se monopoliza la
entrega de ayuda en las Fuerzas Armadas. Es el regreso a la ineptitud gubernamental del terremoto del ’85, con una diferencia: mientras que en aquella ocasión se dejó que la sociedad civil se movilizase, aquí se ha obstaculizado.

Encima de la centralización tenemos una austeridad que ahorca al Estado mexicano.

Es otra característica más de los líderes populistas, quienes ven a las instituciones públicas como contrapesos ilegítimos a su autoridad, debilitándolos o destruyéndolos en el camino. Los recortes presupuestales son un medio, con consecuencias evidentes: falta de controladores aéreos, aumento en los incendios forestales, 800 mil muertos durante la pandemia, y un largo etcétera. El sistema meteorológico, tan poco visible pero tan importante, no ha sido la excepción: como comenta la periodista Peniley
Ramírez, el gobierno lopezobradorista recortó aún más el presupuesto al sistema meteorológico nacional: si en 2012 teníamos 13 radares para alertar a la población, hoy solo tenemos 5.

Encima de la centralización y la austeridad está la polarización y la egolatría. En medio de la tragedia, el presidente pone énfasis en sus niveles de popularidad. Rechaza el apoyo de la sociedad civil, argumentando que se aprovechan de la necesidad de la gente. Vitupera que los “conservadores” crearon mensajes de pánico. Se muestra incapaz de pronunciar palabra alguna de unidad nacional. Se tarda diez horas en
trasladarse a Acapulco, para estar media hora y regresarse en helicóptero. ¿Dónde están los recorridos con la gente, las palabras de consuelo? Nada.

En una tragedia como esta, ¿bajo qué gobierno de la República nos gustaría estar? Bajo cualquiera, excepto este. Sobre la devastadora tragedia de la pandemia y su deplorable respuesta, ahora tenemos la tragedia de Acapulco con una respuesta equivalente. El presidente se siente confiado con sus niveles de popularidad, y mucho indica que otra tragedia no los afectará.

[email protected] @FernandoNGE

ELECCIONES 2021: LA GRAN DROGA

Por: Fernando Núñez de la Garza Evia
Todo mundo habla de las elecciones, y no sin cierta razón. Porque lo que está en juego es mucho, y la competencia electoral resulta excitante y adictiva. Eso lo sabe el presidente de la República, y esa es la droga que le da todos los días a la población para esconder el caos existente en salud, educación, seguridad, y un largo etcétera.

El populismo es la politización de todo. Como bien comenta Peter Greene, destacado colaborador de la revista Forbes, la politización de todo significa “que ya no vemos los problemas como problemas que deben resolverse, sino como eventos que se deben girar para adquirir poder”. Y eso es precisamente lo que hace es el líder populista: no distinguir entre política electoral y política pública. Siempre está en campaña, y nunca deja a la población respirar de la natural polarización que toda campaña política produce. Una vez en el poder, el líder populista politiza el aparato burocrático para hacer política pública con el fin de acrecentar su poder, tirando por la borda los procesos técnicos, racionales, de toma de decisiones.

Ejemplos de la politización de las políticas públicas, y de su muy nocivo efecto en el país, sobran. En salud, destruyeron el Seguro Popular, provocando que el número de mexicanos con carencia a servicios de salud pasara de 20 a 50 millones. En seguridad, eliminaron la Policía Federal, dándole el control a las Fuerzas Armadas para encaminarnos al sexenio más sangriento en la historia reciente del país. En medio ambiente, desaparecieron innumerables institutos públicos, y redujeron presupuestos de manera notable (por ejemplo, la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente, PROFEPA, tiene el mismo presupuesto que en 2005). En educación, suprimieron la reforma educativa de 2016 y al Instituto Nacional de Evaluación Educativa (INEE) y, con el mal manejo durante la pandemia, provocaron un rezago educativo de dos años
de escolaridad. Ni hablemos en materia de energía, infraestructura o democracia. Ni hablemos de los 800 mil mexicanos fallecidos en la pandemia por vil negligencia.

Ante este escenario, atole con el dedo. El dedo es el del presidente, y el atole son las elecciones de 2024.

Todos los días, el presidente utiliza las mañaneras para hablar de las elecciones y excitarnos a todos, tapando con el dedo el enorme sol que representa el caos en política pública. Viola con total desvergüenza la ley electoral que él apoyó, convirtiéndose en el Vicente Fox al cubo de la verborrea pública, las amenazas
políticas y las interferencias ilegítimas. Destapa a las llamadas corcholatas para, así, menos hablar de política pública al cierre de su sexenio. Y ahí estamos todos, imaginando quién ganará qué, en ese cautivador juego que es adivinar el futuro.

Las elecciones son la gran droga que le administra el presidente de la República a la población. Que no se hable de salud, seguridad, educación. Solo de elecciones, donde todo es más fácil: ellos son los buenos, y los demás los malos. Y solo uno ganará.

@FernandoNGE
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LA DERECHA ESTA PERDIDA

Por: Fernando Núñez de la Garza Evia

Mucho se ha hablado sobre el estado de la izquierda en el país, la cual ha dejado mucho qué desear con su arribo al poder. Sin embargo, poco se ha dicho sobre la condición de la derecha mexicana, representada por el Partido Acción Nacional (PAN).

Lo anterior resulta fundamental, ya que del estado de la derecha dependerá la situación de la oposición política en el país y, por ende, de nuestras libertades y democracia.

La ideología panista no se escucha en el PAN, peor aún fuera de él. Más allá de las simpatías que uno pueda o no tener por ella, hoy más que nunca resulta necesaria ante el creciente poder de un solo partido político y el monopolio que tiene sobre el discurso público el presidente de la República.

A través de sus principios, los partidos establecen políticas públicas, generan debate político y se diferencian del resto de los partidos políticos. Si el Partido Revolucionario Institucional (PRI), de la Revolución Democrática (PRD) y Movimiento Ciudadano (MC) son, en teoría, partidos de izquierda, poco podrán abonar entonces a la conversación política con un partido político de izquierda en el poder.

Sin embargo, el PAN sí podría, al ser un partido político de derecha. Su doctrina, esa característica que lo diferenció durante el régimen autoritario, hoy está ausente.

Si la ideología no se escucha, los cuadros políticos no se ven. Históricamente, el PAN era un partido “de cuadros”, es decir, un partido con militantes disciplinados, con conocimiento y creencia doctrinaria, y con estructuras jerárquicas bien formadas desde lo local hasta lo nacional.

Sin embargo, hoy algunos de sus principales dirigentes no son siquiera militantes del partido. Es el caso de Xóchitl Gálvez, senadora panista que no es panista. De Lily Téllez, senadora que saltó de Morena al PAN y quiere ser candidata presidencial del panismo sin ser panista. Y de Mauricio Kuri González, un gobernador muy popular que fue inclusive líder de la bancada panista en el Senado y quien no milita en el partido. Tal vez, por ello, no se escucha la doctrina panista por ninguna parte: sus liderazgos ni la conocen.

Las consecuencias de tener un partido político de derecha en esas condiciones han sido evidentes. Bajo Marko Cortés, el muy poco carismático líder panista, el partido ha perdido seis gubernaturas, y solo el 18% de la población tiene una opinión muy buena/buena del partido (Reforma). Ante la debacle, el partido de Manuel Gómez Morín tiene que hacer una alianza con su rival histórico, el PRI, para no caer al precipicio.

Eso sin mencionar las presiones que tiene para darle candidaturas a “ciudadanos” sin conocimiento alguno del partido o la derecha política. Entonces, el partido se disuelve.

Para el país resulta peligroso la existencia de una izquierda populista en el poder que, por ser precisamente populista, carece de ideología. Por otra parte, la derecha política representada por el panismo se achica día con día. Y en ese contexto, la democracia liberal se debilita.

@FernandoNGE
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LAS ADVERTENCIAS DE TURQÍA A MÉXICO

Por Fernando Núńez de la Garza Evia

Del otro lado del mundo, en los confines de Europa y los comienzos de Asia, se ha cimbrado un terremoto político. Turquía, un país que ocupa una posición geopolítica trascendental y que tiene semejanzas importantes con México, ha votado por la permanencia en el poder del cuasi-dictador Recep Tayyip Erdogan. Las similitudes entre lo que sucede en el lugar del extinto Imperio Otomano y lo que se vive en las tierras de los mexicanos son inquietantes, y las advertencias diversas.

Además de ser economías emergentes y poseer una cultura de la amabilidad, México y Turquía son países a los que el académico estadounidense Samuel P. Huntington denominó “desgarrados”. Lo hizo así porque ambas naciones se encuentran en las intersecciones de civilizaciones, causándoles problemas de identidad civilizacional.

México ocupa una posición geográfica que lo convierte en el puente entre América Latina y el mundo anglosajón, asumiéndose culturalmente como latinoamericano, pero con mayores intereses con Estados Unidos y Canadá. A Turquía le sucede lo mismo al ubicarse en la intersección de Europa y Asia, siendo un país musulmán al que le ha sido imposible unirse al club cristiano de la Unión Europea.

Las similitudes personales entre el presidente turco y el jefe de Estado mexicano son considerables. Ambos tienen orígenes humildes y provienen de algunas de las regiones más atrasadas de sus países. Ambos son religiosos y nacionalistas, albergando ideas conservadoras sobre el papel de la mujer y las minorías sexuales en sus sociedades. Ambos poseen largas trayectorias políticas y, más aún, han sido sumamente exitosos, fundando partidos políticos que rompieron el monopolio de los partidos tradicionales, llegando a la cumbre del poder con amplios respaldos populares. Y, sobre todas las cosas, ambos son populistas, atacando personalmente a sus oponentes políticos, despidiendo a los cuadros burocráticos más preparados de sus Estados y debilitando a las instituciones políticas de sus países.

Las lecciones de la reciente elección presidencial en Turquía albergan algunas importantes advertencias para México. Primero, Erdogan mantuvo su popularidad y se reeligió a pesar del terremoto que les costó la vida a 50 mil personas, los señalamientos de corrupción contra su administración y una crisis económica
significativa, lo que nos dice que será difícil que la popularidad de AMLO disminuya, sin importar lo que haga. Segundo, a pesar de que hubo una coalición histórica en la oposición turca, Erdogan prevaleció, indicando que inclusive una amplia alianza electoral en México podría perder ante Morena. Tercero, el presidente turco usó billones de dólares y a los medios informativos para ganarse al electorado, pudiendo
esperarse que el presidente López Obrador redoble la apuesta clientelar y el asedio a los medios de comunicación.

“La identificación política es muy “pegajosa”, y no se deshace fácilmente debido a nueva información o nuevas experiencias” dice Howard Eissenstat, profesor de historia en la Universidad de St. Lawrence. En Turquía, la oposición finalmente no fue capaz de “despegar” las falsedades de Erdogan. ¿Podrá la oposición en México? Lodudo mucho.

@FernandoNGE
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AMLO NO ES CÁRDENAS Y 2024 NO SERÁ 1940

Por: Fernando Núńez de la Garza Evia

Existe la idea, que en muchos se transforma en esperanza, que el presidente López Obrador escogerá a una figura moderada en la persona de Marcelo Ebrard para sucederlo en 2024. Que, ante el creciente descontento de las clases medias y el consecuente aumento de la polarización social, tomará la sabia decisión de decantarse por una figura conciliadora. Ponen como antecedente la decisión tomada por el general Lázaro Cárdenas en 1940. Sin embargo, las diferencias entre ambos son considerables.

Lázaro Cárdenas sabía de “la distinción entre lo popular y lo populista” señala The Economist, citando a su hijo Cuauhtémoc Cárdenas. En un artículo publicado en 2017 bajo el título “El precandidato presidencial de México malinterpreta su modelo a seguir”, la revista bien comenta que Lázaro Cárdenas era “un orgulloso constructor de instituciones”. Raramente exhortaba a odiar a sus rivales, aplicó políticas duraderas –el reparto agrario y la expropiación petrolera– y perdonó a 10 mil personas que se habían levantado en contra del gobierno. Sobre todo, Cárdenas trajo estabilidad política y crecimiento económico al formar un partido político que aseguró la transición pacífica del poder, algo que el país jamás había logrado en su historia.

A pesar de que tanto Cárdenas como el presidente López Obrador pertenecen a la izquierda política, sus diferencias son considerables, tanto en su manera de hacer política como en sus políticas públicas. El populismo de López Obrador lo impulsa a ver a sus rivales políticos como enemigos políticos, lo vuelve intolerante a los contrapesos formales e informales, y lo induce a creer que su carisma es el principal medio de legitimación política, por encima de instituciones y leyes. Eso lo ha llevado a una serie de políticas públicas que han resultado contraproducentes en extremo: a desarticular todas las políticas implementadas por sus antecesores (Prospera, Seguro Popular, Estancias Infantiles, etc.); a destruir –o intentar destruir– muchas de las instituciones construidas (INE, Policía Federal, institutos de salud y medio ambiente, etc.); y a desmantelar en una medida importante a los cuadros burocráticos de la administración pública federal, dándole en el camino un poder exorbitante a las Fuerzas Armadas.

Cárdenas, al implementar muchos de los postulados de la Revolución, efectivamente polarizó al país, por lo que terminó eligiendo a una personalidad conciliadora en la figura de Manuel Ávila Camacho. Sin embargo, López Obrador vive de la polarización y detesta a las clases medias, por lo que hará hasta lo imposible para catapultar a su corcholata favorita, Claudia Sheinbaum, quien adolece del carisma del presidente pero no de sus políticas radicales (quieren destruir de inanición al instituto electoral local, y se ha disparado la opacidad en las contrataciones públicas, por ejemplo).

Cárdenas no es AMLO, ni en forma ni fondo. Por ello, lo que sucedió en 1940 no sucederá en 2024. Las próximas elecciones presidenciales serán en extrem polarizadas, y esa polarización vendrá de quien debe también buscar la unidad nacional: el presidente de la República.

@FernandoNGE
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LA IZQUIERDA QUE LLEGÓ AL PODER

Dicen que una segunda ola rosa recorre América Latina. Sin embargo, hablar simplemente de “izquierda” no hace justicia, ya que hay de izquierdas a izquierdas, como hay de derechas a derechas. Debido a que México está gobernado por un presidente que dice ser de izquierda, resulta importante precisar las diferencias en esta para saber por qué corriente se encuentra gobernado nuestro país, dar más sentido a la política nacional y vislumbrar lo que nos depara el futuro.

En un reciente ensayo, el intelectual mexicano Jorge Castañeda distingue tres tipos de izquierda en nuestra región. La primera son las dictaduras, con postulados de lucha de clases: Cuba, Nicaragua y Venezuela. La segunda son las democracias sociales al estilo europeo, con una agenda redistributiva: Colombia con Petro, Chile con Boric y Brasil con Lula. La tercera son los populismos, los cuales son estatistas y autoritarios:
Argentina con Fernández y, ciertamente, México con Andrés Manuel López Obrador.

Veamos nuestro caso.
Primero, el estatismo económico. Este lo vemos con la expropiación indirecta a las empresas de energía, al cooptar a organismos reguladores y cambiar las reglas del juego en medio del juego. Lo observamos también con el rechazo a las asociaciones público-privadas, donde los elefantes blancos –AIFA, Tren Maya, Dos Bocas– se construyen solo con recursos públicos, en detrimento de rubros esenciales como la salud. Ni hablar del continuo golpeteo a la iniciativa privada nacional, la cual ha congelados sus inversiones. El TMEC ha mitigado la tendencia estatista, aunque no sin poner continuamente en tensión la relación con EUA y Canadá.

Tenemos también los derechos post-materiales, que hablan de libertades individuales, medio ambiente e igualdad de género, y que ha sido tirados por la borda. El asedio a los medios de comunicación, el desprecio a la sociedad civil, la catástrofe ambiental en el sureste del país por el Tren Maya, la falta de interés por el cambio climático y los temas medioambientales, la condescendencia al movimiento feminista y la eliminación de los principales programas sociales enfocados en la mujer son solo algunos ejemplos.

Hay un claro desdén por los temas que interesan a las nuevas generaciones, y que definen si un país es moderno o no.

Finalmente, el populismo. Existe la errónea idea que dice que Gustavo Petro en Colombia, Gabriel Boric en Chile y Lula en Brasil son populistas. Erróneo, porque ninguno de ellos –hasta ahora– tiene un discurso polarizador y de menosprecio a los contrapesos formales e informales de sus democracias: poder judicial, organismos electorales, medios de comunicación, etc. Ambas características son medulares en todo populismo, y ambas han crecido en México.

La izquierda moderna, la que ayudó a fundar los modernos estados de bienestar en Europa, no llegó. Esa izquierda que, efectivamente, pudo haber callado a la corriente neoliberal en la derecha. La que sí llegó fue un populismo izquierdista, sin vocación de Estado y cuyo autoritarismo se ha cristalizado con el intento de destrucción del Instituto Nacional Electoral. Y entonces, a marchar.

@FernandoNGE
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POPULARIDAD POR CACAHUATES

Los líderes populistas son grandes comunicadores, aunque muy malos políticos.

Ascienden y se mantienen en el poder a través del uso de la palabra, mientras aplican políticas que disminuyen la calidad de vida de sus poblaciones. Cuando hay hartazgo extremo con la clase política tradicional, al líder populista le basta la comunicación efectiva para mantener su popularidad, sin importar las políticas que aplique.

Ejemplos sobran: Chávez en Venezuela, Trump en Estados Unidos, Bolsonaro en Brasil. México no es la excepción.

Ejemplos sobran en ese sentido. Empecemos por las políticas para combatir la pobreza. En innumerables ocasiones el presidente de la República ha dicho que los pobres de México son su prioridad, alardeando de la efectividad de sus programas sociales. Sin embargo, entre 2018 y 2020 la pobreza aumentó en 7.3% y la pobreza extrema 24.1% (CONEVAL). Por otra parte, se presumen las obras faraónicas de infraestructura como respuesta a las necesidades de modernización del país: el aeropuerto, el tren maya, la refinería de Dos Bocas. Empero, hay una caída importante de la inversión, tanto pública como privada: hoy se encuentran en los niveles de 2013 debido a la pandemia e incertidumbre jurídica (México, ¿Cómo Vamos?).

Se presume el tipo de cambio, pero esa es una verdad maquillada. La estabilidad cambiaria tiene su autoría principal en el Banco de México, responsable de manejar la política monetaria del país. Además, sucede a costa de una muy mala política fiscal implementada por el gobierno federal: México fue el país en América Latina que menos gastó para paliar la peor crisis económica en los últimos cien años a causa del COVID-19.

Hemos sido –junto con Cuba y Venezuela– el único país de la región que no ha recuperado los niveles económicos pre-pandemia (CEPAL). Y por ello, no resulta raro que la Patrulla Fronteriza haya arrestado a 800 mil mexicanos tratando de cruzar ilegalmente a Estados Unidos solo durante 2022, cuando en alrededor de los últimos veinte años teníamos una migración ilegal neta cero.

La seguridad es una política bien vendida, pero por demás defectuosa. Se presume la construcción de la Guardia Nacional, cuando realmente son las Fuerzas Armadas: alrededor del 80% de sus miembros son soldados y marinos (CNDH). Su salario, entrenamiento y reclutamiento dependen también de estas. Por otra parte, el titular del Ejecutivo federal se jacta de tener el gabinete con mayor número de mujeres en la historia, preciándose de ser el gobierno que más ha impulsado a las mujeres. No obstante, eliminó el programa de estancias infantiles, los refugios para mujeres que sufren de violencia y las escuelas de tiempo completo, todos los cuales ayudaban a la mujer mexicana.

Combate a la pobreza, inversión en infraestructura, crecimiento económico, seguridad pública y política de género: solo algunos ejemplos donde las políticas son vendidas como grandes logros, aunque los retrocesos son evidentes e inequívocos. Mientras tanto, se acercan las elecciones de 2024: qué tendrá más peso, ¿una comunicación efectiva o las ruinas sobre las que se comunica?

@FernandoNGE
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