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EL MOMENTO HISTÓRICO DE MÉXICO

/ Redaccion TInformativo / ,

Plaza Cívica
Si algo distingue a los estadistas de los políticos comunes es la visión, visión que consiste en saber el momento histórico en que se encuentra una sociedad, para así decidir cuál es el mejor camino a tomar. Ya sea por ignorancia o descomposición, los recientes acontecimientos políticos en nuestro país nos hablan de una falta de visión desde los más altos escalafones del poder que resulta urgente corregir.

Como se ha comentado anteriormente en este espacio, México se encuentra en un proceso histórico que consiste en, simple y llanamente, su modernización. Durante las últimas décadas, la migración del campo a la ciudad, los mayores niveles de alimentación y educación, así como el crecimiento de las clases medias han traído, inevitablemente, mayores niveles de consciencia sobre los asuntos públicos del país.
La presión ejercida por la ciudadanía en los años ochenta y noventa del siglo pasado estaba dirigida a la apertura del sistema político mexicano -la conquista de la democracia-, lo cual sucedió con la creación de instituciones como el actual Instituto Nacional Electoral (INE), el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), la efectiva división de poderes, y el fortalecimiento de los partidos políticos, entre otros.

Hoy en día, esa misma ciudadanía ha adquirido mayor consciencia aún de los asuntos públicos producto, precisamente, de la democracia, y por lo tanto sus demandas son aún mayores, más exigentes, más decididas. Quieren perfeccionar lo que hemos construido (pensemos en el mal papel que ha hecho el TEPJF), y han hecho suyas toda otra variedad de temas que van desde la corrupción, pasando por la inseguridad e
impartición de justicia, hasta los programas sociales. ¿Y cómo satisfacer sus demandas? Igual que en el pasado: construir instituciones y perfeccionar las existentes.

El gobierno de Enrique Peña Nieto ha construido algunas de éstas, como los llamados órganos autónomos (IFETEL, COFECE), ha medio construido otras producto de la presión ciudadana (el Sistema Nacional Anticorrupción), y ha debilitado otras tantas (la PGR). Finalmente ha construido poco y en ocasiones mal, y más aún para el nivel de exigencia ciudadana; por ello no es raro que tenga los niveles de desaprobación más bajos que un Presidente haya tenido desde que se tiene registro, y que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) tenga los mayores negativos que un partido político pueda tener. México no es aquél de los ochentas, pero la idiosincrasia de un
Presidente nacido en Atlacomulco lo sigue siendo. Ahí tenemos, oootra vez, el juego de un presidente priista con la figura del “tapado”, un legado que presume a pesar de datar de la época del México autoritario.

Una parte importante de nuestra clase política no está consciente del punto histórico en que estamos, y por ello las malas decisiones. Como diría el politólogo Samuel Huntington, hablando del paralelismo entre la antigua Grecia y el mundo moderno:
“Las reformas de Solón y Clístenes fueron respuestas al cambio socio-económico que amenazaba con socavar las bases anteriores de la comunidad. A medida que las fuerzas sociales se volvían más variadas, las instituciones políticas tenían que volverse más complejas y conocedoras. Es precisamente este desarrollo, sin embargo, el que no se produjo en muchas sociedades en proceso de modernización en el siglo XX.

Las fuerzas sociales eran fuertes, las instituciones políticas débiles. Las legislaturas y los ejecutivos, las autoridades públicas y los partidos políticos se mantuvieron frágiles y desorganizados. El desarrollo del estado quedó rezagado respecto de la evolución de la sociedad”. El país no pasó la prueba en tiempos de Porfirio Díaz, y vino la devastación de la Revolución mexicana. Aprendimos, y por ello establecimos la
democracia. Tenemos otra prueba delante de nosotros, y mucho está en juego. ¿Estaremos a la altura?

www.plaza-civica.com @FernandoNGE

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