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MÉXICO DEBE APRENDER DE WATERGATE

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Plaza Cívica

Por: Fernando Núńez de la Garza Evia
El país se encuentra hoy en día en un proceso de construcción y consolidación institucional sumamente importante, y de su desenlace dependerá nuestro futuro. La política ha permitido el nacimiento de órganos autónomos, el Sistema Nacional Anticorrupción y el Sistema de Justicia Penal, pero la grilla puede ser la autora de su defunción. Y en este entorno, los mexicanos podemos aprender de uno de los peores
escándalos políticos en la historia estadounidense, llevado recientemente a la pantalla grande bajo el título El Informante.

El caso Watergate ocurrió durante la presidencia de Richard M. Nixon (1969 – 1974), un presidente especialmente corrupto y amante de la grilla, o de la baja política. Parte de esa corrupción consistió en usar las instituciones del Estado para asuntos electorales (en éste caso, encontrarle trapos sucios al partido demócrata para usarlos en las campañas), y parte de esa grilla consistió en poner a gente cercana a la Oficina Oval en instituciones autónomas claves del Estado estadounidense. Sin embargo, y como en toda democracia madura, dos poderes se activaron de manera formidable para eventualmente traer el encarcelamiento de miembros cercanos al círculo presidencial y la renuncia de Nixon mismo.

Uno de ellos fue la prensa, quien revelarían información sumamente importante y llevaría al centro del debate público el caso. El segundo de ellos fue la fuente misma de esa información, cuya identidad no se supo hasta 2005. ¿Y quién era ese informante? Nada más y nada menos que el director adjunto del FBI, es decir, el segundo al mando en la agencia: un burócrata de carrera.

Mark Felt era un policía profesional, con 30 años de servicio público en la agencia. La autonomía del FBI -e inclusive de la CIA- estuvo a tal grado comprometida durante la administración de Nixon que los mandos altos de carrera de ambas instituciones comenzaron a comunicarse. “Los Presidentes van y vienen, pero nosotros somos la constante” le dice un mando de la CIA a Mark Felt. Ante el embate político, Felt acude se ve forzado a acudir a los medios de comunicación con la seguridad de no cometer traición porque su lealtad es con la Constitución y sus instituciones, es decir, con el país.

El desenlace es ya conocido: una de las mayores crisis políticas y constitucionales en la historia de Estados Unidos, cuyo autor es el mismo Presidente, finamente se resuelve porque las instituciones funcionan, y las instituciones funcionan porque tienen un marco jurídico claro y están compuestas por servidores públicos profesionales.

Solo basta pensar un poco para darnos cuenta de lo mucho que la historia anterior se parece a la situación del México actual, pero en su parte más negativa y sin perspectivas de un buen desenlace. Con un soplido desde Los Pinos hoy por hoy no tenemos titular en la PGR, aquél de la FEPADE fue básicamente pateado de su puesto, y el sub-fiscal anticorrupción no ha podido ni siquiera existir. El problema es por
partida doble: por una parte instituciones que aún no gozan de autonomía por un marco jurídico deficiente, y por otra parte instituciones que no están conformadas por servidores públicos de carrera (¿dónde está el Servicio Profesional de Carrera?).
Recordemos: la fortaleza de un país se mide por la fortaleza de sus instituciones.

La inercia humana es favorecer a los cercanos (estimulando la corrupción), y la inercia política es favorecer la grilla (debilitando instituciones autónomas). En México, no hemos podido crear diques para contener ambos impulsos, y lo estamos pagado. Ante los escándalos en materia de corrupción, los primeros encarcelamientos de gobernadores y las elecciones que se aproximan, los incentivos para hacerlo por parte de quienes hoy detentan el poder son aún menores… pero deben de ser aún mayores para la ciudadanía.

www.plaza-civica.com @FernandoNGE

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