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LA CAMPAÑA DEL MIEDO CONTRA AMLO

/ Redaccion TInformativo / ,

Plaza Cívica
Por: Fernando Núńez de la Garza Evia

Las campañas electorales presidenciales han entrado en una nueva, más intensa fase. El candidato puntero, Andrés Manuel López Obrador, se ha convertido en blanco especial de ataques por parte de sus contendientes, algo natural en las democracias. Sin embargo, la estrategia de ataque ha cambiado de una de crítica a una de miedo, una película ya vista en las elecciones de 2006. Ante ello, las preguntas obligadas que surgen son: ¿por qué las campañas de miedo se han aplicado casi exclusivamente contra AMLO? Y, ¿es ésa finalmente una estrategia legítima?

La naturaleza de la política no ha cambiado desde los albores humanos, consistente en la conquista del poder para dirigir los caminos colectivos. Si la naturaleza de la política no ha cambiado, es porque la naturaleza humana básicamente no lo ha hecho. En el clásico libro escrito por el Tucídides en el año V a.C. bajo el título “Historia de la Guerra del Peloponeso”, una idea hace especial eco hasta nuestros días: tres son lo sentimientos que impulsan a los humanos y las naciones: el miedo, el honor, la ambición. En el caso particular del miedo, éste se ha utilizado concienzudamente en la política desde la antigua Grecia y hasta nuestros días, en algunas ocasiones de manera constructiva, en otras de manera destructiva. Por ejemplo, el gran estadista Pericles lo utilizó como un arma para convencer a una población ateniense sumamente confiada sobre los peligros que representaba Esparta; por otra parte, tenemos el miedo sin sustento de Trump. Finalmente, el miedo es humano, y por ello es un arma esencial de la retórica, el debate, la política.

El miedo ha sido un arma poco utilizada en México porque anteriormente no había competencia electoral. Hoy ya la hay, y ya se utiliza. En este sentido, Andrés Manuel López Obrador ha sido el candidato contra quien más se ha utilizado dicha arma, especialmente cuando fue un candidato competitivo en las elecciones de 2006, y ahora en 2018. Lo anterior no resulta raro ante dos rasgos muy particulares de la personalidad de AMLO. El primero de ellos es que ve una realidad nacional sumamente compleja de una manera sumamente simple; su visión es altamente bipolar: el pueblo, la oligarquía, la mafia del poder, los de arriba, los de abajo, etc. Eso le ha traído un segundo problema: una enorme desconfianza acompañada en muchas ocasiones de insultos hacia una larga lista de personas e instituciones bajo la lógica de que, como no están con los buenos (él), entonces necesariamente deben estar con los malos: medios de comunicación, empresarios, ministros de la Corte, partidos políticos, sociedad civil, etc.

La gran desconfianza y las repetitivas afrentas de López Obrador hacia amplios sectores de las élites mexicanas no es común en las democracias, por lo que no se puede esperar una reacción común de la contraparte; la consecuencia natural han sido las campañas de miedo dirigidas hacia AMLO, aceptadas igualmente por una parte importante de la población. Al candidato puntero en las elecciones presidenciales se le olvida que la democracia es un régimen político complejo porque tiene como fin darle voz a una masa poblacional con intereses complejos y, además, debe crear pesos y contrapesos para evitar el acaparamiento del poder. Es en este vasto y complicado mar donde López Obrador tiene que navegar, y su simplismo lo ha hecho sumamente incompetente para ello.

El discurso lopezobradorista es cierto y atractivo al expresar el acaparamiento del país por una parte de las élites nacionales, así como el legítimo hartazgo de la población. Pero las formas que utiliza, así como su voluptuosidad, causan un miedo comprensible. Los buenos políticos se distinguen por saber cuándo negociar y cuándo golpear. AMLO ha demostrado ser muy poco apto para lo primero, y muy hábil para lo segundo.

www.plaza-civica.com @FernandoNGE

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